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Crítica de 'Crónicas de Navidad 2': Relativo regalo anticipado

Chris Columbus, antiguo Midas del cine familiar, dirige y coescribe la olvidable secuela del éxito sorpresa de Netflix.

Cortesía de: El Periódico

Según los cálculos de Ted Sarandos, jefe de contenidos de Netflix, la primera parte de 'Crónicas de Navidad' hizo en visionados el equivalente a 200 millones de dólares de taquilla. Y eso solo en la primera semana. Puede que estas cuentas resulten algo etéreas (¿cuánta gente la vio entera? ¿cuántos niños repitieron?), pero, sea como sea, veinte millones de 'plays' en siete días no son ninguna broma. Otra ronda de crónicas parecía cantada.


Tras conocer esa Sala de Cartas tan Hogwarts en el primer episodio, en 'Crónicas de Navidad 2' podemos conocer en profundidad el hábitat de Papá Noel (Kurt Russell) y Mamá Noel (Goldie Hawn, compartiendo protagonismo con su marido 33 años después de 'Un mar de líos'). La joven Katie (Darby Camp) regresa allí por las malas artes de un Belsnickel (Julian Dennison) que, en la visión de Netflix, poco se parece al maltratador cubierto con pieles del folclore alemán; aquí es un elfo convertido en humano macarra por una maldición y decidido a cancelar la Navidad. Katie y su nuevo medio hermano, el hipocondríaco Jack (Jazhir Bruno), tratarán de arruinarle el plan uniendo fuerzas que ni siquiera sabían que tenían.


Tras ejercer como productor en la primera parte, Chris Columbus, antiguo Midas del cine familiar, se anima aquí a dirigir y coescribir. Se pueden detectar algunos rastros de clásicos surgidos de su imaginación: hay peligrosos hombres de mazapán (esta vez explosivos), como en 'El secreto de la pirámide'; pequeñas criaturas agresivas (esta vez elfos, no mogwais pasados por agua), como en 'Gremlins', o escenas de aeropuerto tan intensas como las de 'Solo en casa'.

Por desgracia, Columbus ha perdido algo de su toque mágico, o quizá la asequibilidad de los efectos digitales ha dado al traste con los placeres de la artesanía.

Donde en los ochenta había sentido de la maravilla, ahora solo hay toneladas de efectos digitales dudosos. Más a veces es muy poco: un solo muñeco (Baby Yoda, digamos) resulta mil veces más efectivo que la tropa de elfos infográficos de 'Crónicas de Navidad 2', por mucho que uno de ellos tenga la voz de Malcolm McDowell. Han leído bien.


La película gana fuerza cuando menos se basa en la exuberancia digital. En la mejor escena (paren para evitar 'spoilers') no hay renos voladores, Gatos Yule ni portales dimensionales: solo una hija diciendo adiós, de forma tardía, al padre que murió, como en un episodio sentimental de 'La dimensión desconocida'. La tristeza de Darby Camp es contagiosa, igual que, en otro momento salvable, el gozo de Kurt Russell cantando un tema original de Steven Van Zandt ('The spirit of Christmas') en compañía de la mismísima Darlene Love.

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