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Crónica: 'Yo sí fui a ver a La india María al cine'

Yo también me reí porque parecía imposible que la India María, tan bajita y con un atuendo tan pesado y lleno de bombachos, pudiera hacer esas peripecias, esas maromas y acrobacias.

Cortesía: Berenice Bautista

CIUDAD DE MÉXICO, 1 de mayo.— Un domingo, debió ser un domingo, después de ir a pasear por la primera sección del Bosque de Chapultepec, mi madre y yo nos encontrábamos con suficiente tiempo libre para ir a ver una película y como nos quedaba cerca el Cine Chapultepec, ahí entramos. En la cartelera decía "Se equivocó la cigüeña".


El Cine Chapultepec, donde ahora se alza un rascacielos conocido como la Torre Mayor de la Ciudad de México, era impresionante. A mis ocho años, mis ojos incrédulos veían a su vestíbulo art decó como digno de un palacio. Su sala era aún más imponente, parecía extenderse hacia el infinito. Lo más sorprendente era que esa tarde la sala estaba bastante llena con familias que iban a ver la más reciente comedia de la India María. La solemnidad del edificio contrastaba con las risas que provocaba cada una de sus apariciones en pantalla. La India hablaba con su acento autóctono y la gente reía; la India se caía y la gente reía; la India se metía en enredos y la gente se reía.


Yo también me reí porque parecía imposible que la India María, tan bajita y con un atuendo tan pesado y tan lleno de bombachos, pudiera hacer esas peripecias, esas maromas y acrobacias. La trama de la película era la historia de una mujer que trata de robarse de un hospital a un bebé recién nacido de una familia rica. Pero no lo consigue y termina escondiendo a la criatura en la canasta de la India, que vendía fruta en la calle. Al darse cuenta que tiene un bebé, la India decide criarlo.

"Se ve que eres cruzado, de buena raza", le dice al niño, rubio y blanco, cuando lo ve por primera vez. Cuatro años después, y por azares del destino, finalmente el pequeño logra reunirse con su verdadera familia.

Tal impresión dejó en mí esa función que nunca la olvidé. Creo que hasta ayer pocos se preciarían haber ido a ver una comedia de la India María dirigida a un público popular, en la gran pantalla de aquellas salas de los 40, que han dejado de existir para dar paso a las insípidos recintos de las cadenas de cine.

“Creo que las injusticias que enfrenta la India por ser India no deberían ocurrir y que la realidad de los indígenas es bastante más complicada que la que se escenificaba en estas películas”.

Ver a la India María no era precisamente ir a ver el cine de autor como las cintas del polaco Krzysztof Kieslowski de esos años 90. Pero yo puedo decir que fui a verla en su momento. No es que haya sentido vergüenza por reírme de sus bromas, pues hasta hoy dan ganas de reír. Pero ahora no las veo igual. Con los años uno se da cuenta que los chistes de la India se basaban en los estereotipos de los indígenas en un país que, por siglos, los ha discriminado y sometido a una profunda desigualdad e inequidad.


Sus bromas provocaban risa por su acento indígena, el cual no debería ser objeto de burla. Creo que las injusticias que enfrenta la India por ser India no deberían ocurrir y que la realidad de los indígenas es bastante más complicada que la que se escenificaba en estas películas. La India María usaba ropa de las indígenas mazahuas, originarias del noroeste del Estado de México y de una fracción del oriente de Michoacán, que suelen migrar a Ciudad de México por su proximidad. En "Tonta, tonta, pero no tanto" se despide precisamente para ir a la capital y su madre le dice:


—Adiós mijita, no te digo que nos escribas porque al cabo ni sabes.

—Y si nos escribes ¿pa' qué, si no sabemos leer?, agrega su padre.


Creo que el deber del espectador sería no reírse de la India, sino reír con ella. No burlarse de ella por ser India, pero parece que en México ese es un equilibrio aún difícil de lograr. La gente no se da cuenta de los prejuicios con los que fue criado. Cuando vemos a un indígena, por ejemplo, lo primero que pensamos es que se trata de una persona pobre, ignorante y sumisa. Y mucha gente respeta más a quiénes tienen la piel blanca y el cabello rubio, que al mestizo o al moreno.


Aunque no se pueda reconocer a María Elena Velasco por hacer un humor políticamente correcto, hay que aplaudirle haber denunciado la corrupción de la clase política y de las autoridades en algunas de sus películas. De hecho, la intentaron silenciar. Y por haber sabido tomar las riendas de su carrera en una época en que las mujeres no lograban eso en la comedia mexicana. Ella fue diferente, llegó a ser directora y productora de sus películas. Y tal como lo pude constatar, llenaba las salas de cine.


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